Ella ha cambiado, todo su mundo ha cambiado. Su pelo, de un intenso color chocolate, ahora le llega justo hasta los hombros y ha desaparecido de él todo rastro de aquellas puntas doradas. Sus ojos siguen siendo tan dulces como la miel y sus labios siguen regalando sonrisas amables. Ahora es mayor, más esbelta, más madura, ahora al mirarse al espejo ya no ve a una niña. Pero aún se la escucha cantar por los rincones, con esas cálidas melodías que inundan toda la casa. Y de vez en cuando, mientras sueña despierta, baila de puntillas por los pasillos de suelos blancos.
Ahora sus suspiros tienen otro dueño y sus pasos otra meta, ahora tiene otro sueño. Ahora cada mañana al abrir la puerta de atrás se encuentra con dos ojitos negros observandola. Es una perrita de atolondrado pelo oscuro que la despide todos los días desde la puerta, y cada tarde, al volver a casa, la recibe dando saltos de alegría. Y luego, juntas, echan a correr por el pasillo.
Si, es cierto, ha pasado demasiado tiempo y muchas cosas han cambiado, pero aveces, solo aveces, es bueno que algunas cosas cambien.